jueves, 14 de diciembre de 2006

Arqueología histórica en Chile. Un modelo de construcción del pasado histórico mediante la empiria arqueológica

[1]

Alfredo Germán Gómez Alcorta[2]

Resumen

Este artículo reflexiona dos cuestiones fundamentales en el desarrollo de la arqueología histórica en Chile: su progreso en el tiempo mediante un breve recuento de experiencias investigativas desde sus inicios experimentales, y una reflexión respecto de los problemas metodológicos que enfrenta dado los modelos de arqueología prehispánica e historiografía que se han desarrollado en las últimas tres décadas. Todo lo anterior desde mi experiencia y mi punto de vista.

Abstract

This paper considers two fundamental issues in the development of the historical archaeology in Chile: its progress through time, in a revision of investigative experiences, from its experimental beginnings; and a reflection about the methodological problems produced by the model of prehispanic archaeology and historiography that have been utilized in the past 3 decades. This is analized by my own experience and point of view.

Recuento de las experiencias de arqueología histórica en Chile 1970 - 1999

Las investigaciones relativas a arqueología histórica se han desarrollado en nuestro país de modo esporádico desde comienzos de la década de los 70, y en ellas se incluyen estudios sistemáticos y salvatajes de contextos arqueológicos-históricos hallados de modo casual. Esta situación es reflejo de la poca conciencia de conservación y valoración de los vestigios materiales del pasado histórico, así como del escaso reconocimiento de la memoria urbana de los habitantes de esta ciudad, restringido ciertamente al ámbito de la literatura.

También se ha evidenciado con el tiempo la necesidad de desarrollar una formulación regional para la arqueología histórica, particularmente por las características de los procesos de modernización en el país; así como de generar un campo de colaboración y trabajo interdisciplinario entre los medios arqueológico e histórico para atender problemas de naturaleza histórica haciendo un esfuerzo de reconstrucción integral que incluya una visión histórica del pasado y sus manifestaciones materiales conocidas por la metodología de registro arqueológico. A todo lo anterior se sumaron y los problemas de la administración patrimonial y el cumplimiento de la Ley de Monumentos Nacionales, muchas veces vulnerados por el descuido, prácticas bandálicas y el comercio ilícito.

El paradigma de la arqueología prehispánica, donde el objeto de estudio es el indígena, comenzó a complicarse cuando los sitios arqueológicos tardíos mostraron evidencias históricas hispanas que remitían a problemáticas culturales aún no abordadas. Los hallazgos arqueológicos de restos cerámicos de adscripción incaica como aríbalos, escudillas y platos de paredes rectas, que parecían sumarse a los de La Reina, mostraron una directa vinculación con restos óseos de animales introducidos en tiempos hispanos. Del mismo modo aparecían los restos de la antigua ollería jesuita de calle Maestranza (actual calle Portugal) y Marcoleta. El registro efectuado por Julio Montané[3] arrojó un sitio de contacto indígena-europeo que más tarde fue cubierto por basuras de la ocupación hispana conformada por restos óseos de caprinos y cerámica mayólica del XVI. La década de los setenta se abría para la Arqueología con importantes transformaciones metodológicas, no sólo por la poderosa irrupción del materialismo histórico en las ciencias humanas, sino porque también se proyectaba una comprensión integral del hombre desde múltiples perspectivas disciplinarias. Los acontecimientos del país golpearon fuertemente el desarrollo de la arqueología y la historia, ni una y otra serían las mismas después de 1973.

Los pasos a seguir desde la realidad de una deficitaria comunicación entre arqueología e historia y la escasez de información documental, hacia una visión integrada en la arqueología histórica fue acusada visionariamente por José María Cassasas[4]. Este investigador proyectó una situación problemática para estas disciplinas en el contexto del desarrollo de estudios regionales para el Norte Grande, expresados fundamentalmente en un crítica a la construcción de un conocimiento del pasado sesgado por lagunas insalvables para los investigadores. Esta situación podría haber sido resuelta, o enfrentada, desde una visión más amplia, si los arqueólogos penetrasen decididamente en las épocas históricas y se estableciese, con objetivos bien delimitados, una acción coordinada entre ellos y los historiadores”[5].

Esta clara conciencia de la necesidad de ampliar la relación interdisciplinaria se ve reflejada en la inclusión de un Simposio de Etnohistoria y Arqueología Colonial en el VII Congreso de Arqueología de Chile, en cuyas actas se deja estampada una explícita recomendación de fomentar la colaboración interdisciplinaria en el futuro, con el objeto de lograr la planificación de proyectos de investigación conjuntos.

Cabe aquí incluir la presentación del simposio por la arqueóloga Bente Bittman: “...quisiera recordarles que se ha citado a este Simposio para discutir tres grandes temas:1)Etnohistoria; 2) Arqueología Colonial o Histórica, que en el fondo corresponden a dos disciplinas en si, pero que son complementarias, ya que sus objetivos son básicamente idénticos, aunque sus métodos y técnicas para realizarlos son diferentes, igual que la clase de evidencia que tratan. Los objetivos que tienen en común podrían resumirse como el entendimiento de los modos de vida del pasado, de la historia cultural y de los procesos culturales. Podría decirse que la Etnohistoria es el estudio de aquellos períodos del pasado que se realiza fundamentalmente sobre la base de documentos escritos, y la Arqueología Histórica es el estudio de este pasado que utiliza los métodos y técnicas propios de la Arqueología o, en otras palabras, á través del análisis de los restos materiales que reflejan los procesos culturales a que nos hemos referido. De ahí, entonces, la necesidad de tratar los resultados de los estudios efectuados por estas dos disciplinas escritas podría servir para verificar teorías formuladas únicamente sobre evidencia arqueológica en relación con la manera en que la cultura “no-material” se refleja en la estructura y naturaleza de los restos materiales de que disponle arqueólogo. Por otro lado se necesita la evidencia arqueológica para suplementar y verificar la validez de la información contenida en documentos y al mismo tiempo puede demostrar cómo y en qué extensión la información escrita puede estar reflejada en los restos materiales[6].

En los escritos de Cassasas y Bittman encontramos las únicas discusiones éditas sobre Arqueología Historia que se han producido en el país. El vínculo con la Etnohistoria se desarrollaba por la coyuntura favorable de esta última dado al desarrollo de los estudios andinos y al surgimiento del paradigma murriano. No obstante, la arqueología histórica fue la hermana rezagada de los nuevos desarrollos metodológicos en las ciencias históricas y antropológicas que la década de los setenta había traído.

Si bien la valoración de la importancia de la arqueología histórica existe, y esto lo vemos en la aplicación de la Ley de Monumentos Nacionales (N° 17.288) y del Reglamento de Impacto Ambiental (de la Ley N° 19.300), en la práctica no ha sido posible establecer en ella una línea contínua de programas de investigación con aval institucional. Estos estudios responden, más bien, a un interés personal y tienen un caracter pionero, con un limitado apoyo institucional. Destacan por lo escepcional los esfuerzps del Instituto de la Patagonia y el desarrollo del proyecto arqueológico-histórico de las obras de ampliación de la Línea 5 del metro (Ferrocarril Metripolitano de Santiago).

Precisamente los estudios pioneros en arqueología histórica fueron realizados en el extremo Sur del país, por investigadores del Instituto de la Patagonia, a comienzos de los setenta. En ellos se abordó de manera sistemática el estudio de los primeros poblados hispánicos en la Patagonia Austral, determinando su emplazamiento real, analizando los rasgos arquitectónicos y el material cultural de los sitios “Rey don Felipe” y “Nombre de Jesús”[7], así como las implicancias funcionales, arquitectónicas y patrones de asentamiento a través de sitios de ocupación ocasional relacionados a estos poblados[8]. También el estudio de estos sitios contribuyó a abordar problemas como la definición de rasgos diagnósticos que pudieran proyectarse cronológicamente, definiéndose, por ejemplo, el tipo cerámico de una botija de un y media arroba[9], o la descripción de cuentas vítreas de clara adscripción cultural y cronológica[10]. Asimismo, se preocuparon por establecer criterios de prospección y hallazgo de sitios históricos de fines del siglo XIX y comienzos del XX, determinando elementos arqueológicos diagnósticos para su reconocimiento[11].

Este es el único caso de una línea de trabajo sistemática en arqueología histórica en el país. Los demás estudios realizados, tanto planificados como de rescate, corresponden más bien a intentos aislados por parte de diversos investigadores, los que aún no han logrado fructificar como línea de investigación.

Para la zona Norte destacan los estudios realizados para la época de contacto español indígena en la antigua aldea de San Lorenzo de Tarapacá, en los que se logra determinar la presencia de un poblado prehispánico, posteriormente reestructurado según los patrones urbanísticos españoles pero con una continuidad en la población indígena[12], y los correspondientes al cementerio de contacto español-indígena de Caspana, analizado principalmente desde los aspectos culturales y no bioantropológicos[13].

Para la época Colonial y Republicana se cuenta con estudios de las ruinas de las fortificaciones de la isla Alacrán[14] y del rescate de los cementerios M.O.P.-3 (Ministerio de Obras Públicas - 3), del siglo XVIII y del Panteón Católico del siglo XIX, efectuados por el arqueólogo Julio Sanhueza[15]. Para la etapa industrial del Norte Grande se cuenta con el estudio de caracter experimental de una oficina salitrera; el cual arrojó interesantes antecedentes de relaciones de intercambio, regiones de producción, características del consumo, uso del espacio, procesos de formación de sitios, definición de categorías descriptivas y de análisis[16].

Con anticipación a estas iniciativas se había desarrollado el mítico proyecto de estudio multidisciplinario denominado “Proyecto Cobija”. Sus alcances y proyecciones hoy se encuentran en una única copia conocida en la biblioteca del Museo de San Pedro de Atacama. No hemos tenido acceso a él, pero conocimos en terreno las excavaciones desarrolladas por la arqueóloga Bente Bittman. Ellas se concentraban principalmente en la plaza y en las proximidades al muelle principal. El antiguo asentamiento de Cobija La Mar presentaba una gran densidad de objetos y su ocupación se extendió desde tiempos prehispánicos hasta los restos urbanos del siglo XIX.

Para la zona central destaca la tesis sobre un sitio de encomienda tardío (siglo XVIII) a manos de los jesuitas en la cuenca de Santiago[17]. Este estudio desarrollado por el arqueólogo Andrés Pinto, se concentró en el área de Lampa y Carén, y particularmente, en el sitio La Palma en la Quebrada de Lipangue.

Nuestro autor desarrolla su estudio desde una perspectiva multidisciplinaria que llama “arqueología colonial”, principalmente caracterizada por una metodología de análisis documental extraído desde estudios históricos tradicionales sobre la situación del indígena, la evolución de la propiedad rural y el sistema de encomiendas. Más que buscar antecedentes documentales de alcance local, el estudio describe las instituciones coloniales desde la perspectiva historiográfica, para, finalmente, encajar en este esquema la descripción de los itemes arqueológicos obtenidos por él y las actividades productivas allí evidenciadas. Si bien Pinto tiene éxito en una adecuada contextualización histórica, su análisis documental se restringe a dejar constancia del proceso de sucesión de la propiedad y otros datos de multietnicidad de los grupos indígenas coloniales sin relación con evidencias materiales diagnósticas. Sus resultados son generales y no hacen referencia a tipos de construcción, urbanización, modo de vida y cotidianeidad.

A esta experiencia de investigación se anticipaba solo el estudio de los contextos históricos correspondientes a los cimientos del Convento de las Carmelitas, los tajamares del río Mapocho y varios tramos del sistemas de aducción de agua del Santiago colonial, descubiertos en las obras de construcción de la línea 1 del ferrocarril urbano[18]. Solo es conocido un reducido artículo con una adecuada contextualización histórica de los hallazgos apoyados en antecedentes bibliográficos de los siglos XIX y XX, y fuentes documentales éditas. La desgraciada muerte del arquitecto Morel y el alejamiento de Pinto de la arqueología dejaron estos hallazgos en el más absoluto olvido. Un último estudio efectuado por el arqueólogo Pinto y el profesor Medina, se realizó en el patio de la casa central de la Universidad de Chile, al ser descubiertos entierros humanos emplazados en el subsuelo de la iglesia “San Diego la Nueva” correspondientes al siglo XVIII[19].

La Arqueología Urbana pareció dormir, sino por esporádicas investigaciones efectuadas en contextos históricos. Uno de los más relevantes aportes es el registro efectuado por el inolvidable antropólogo Claudio Massone en el Cerro Blanco[20] (llamado antiguamente Cerro Monserrat por la ermita de Inés de Suárez). Un estudio de sus ocupaciones prehispánicas, su habitación y utilización colonial y su uso histórico republicano, hasta llegar al asentamiento de poblaciones marginales asociadas a actividades económicas propias de servicios del Cementerio General, constituye una verdadera joya de registro para el futuro desarrollo de la Arqueología Urbana.

En 1987 los arqueólogos Rubén Stehberg y Angel Cabeza desarrollaron uno de los más interesantes planteamientos en esta historia: el desarrollo de una “Arqueología Histórica Antártica”. Este programa no sólo es relevante por su alcance regional, en él se presentan proposiciones simples a modo de hipótesis con el fin de conocer los procesos de adaptación y uso de los recursos naturales del territorio, todo dentro de un marco cronológico-cultural que los autores logran con detalle y perfección desde el punto de vista del trabajo historiográfico. El registro arqueológico efectuado en el sitio Cuatro Pircas[21] en Isla Rey Jorge, muestra una experiencia de trabajo con técnicas de relevamiento arqueológico básicas y adecuadas a la problemática que impone el territorio antártico, junto con un intento de contextualización que por mucho supera los alcances del sitio. Este estudio es el primer trabajo de Arqueología Histórica en que la tarea de prospección documental alcanza tanta o más importancia que el registro arqueológico. Se separaba así la arqueología histórica de sitios periféricos, de la Arqueología Urbana tradicional. Los resultados de estas experiencias fueron incorporados a la exposición permanente del Museo Nacional de Historia Natural, comenzando con la difusión de estos estudios a nivel popular.

La práctica de la arqueología urbana se perfiló como ejercicio metodológico de importancia para la historia de la ciudad con la realización de las excavaciones en el palacio de la Real Aduana[22] de Santiago, trabajo que mostró una ocupación que se extendió desde la fundación de Santiago hasta nuestros días. Recordamos que este estudio, en su momento, generó muchas espectativas tanto por su novedad temática, como por el aval institucional del Museo Chileno de Arte Precolombino.

La arqueóloga Carolina Botto, desarrolló un estudio integrado por un capítulo denominado “historia documental”, para luego detallar los hallazgos arqueológicos, cuyo resultado fue un impecable registro acompañado de anexos sobre del análisis estratigráfico y cerámico. No obstante, sus logros en el aspecto histórico fueron magros, tanto en la pobreza del análisis documental, sus fuentes y sus conclusiones. Se retrocedía metodológicamente en el intento del arqueólogo de seguir los eventos de sucesión y uso del inmueble más que en la construcción de un modelo de subsistencia colonial. Sus resultados fueron el reconocimiento de tres momentos ocupacionales que encontraban su definición en los itemes arqueológicos de mayor concentración, utilizando como indicador cronológico los restos de materiales de construcción y su supuesta vinculación con las modificaciones arquitectónicas del inmueble. Así se configuraba el desarrollo de la Arqueología Urbana sin una gran riqueza en su interpretación histórico-cultural, pero que conformaba un inestimable registro para futuras investigaciones.

La perspectiva del estudio desde fuentes obtenidas por la arqueología histórica retomó un nuevo rumbo cuando la interpretación de la antropología física contribuyó a comprender los modos de vida de las comunidades humanas históricas. El registro del cementerio histórico de Maipú[23], por la antropóloga Silvia Quevedo, mostró nuevas perspectivas en el registro arqueológico esqueletal y los elementos culturales asociados a él (cerámica, ataúdes, vestimentas). Las perspectivas de análisis fueron múltiples, desde las características genéticas de la población hasta la comprensión de ritualismo mortuorio. Los restos humanos históricos se constituyeron así en una ventana para el estudio de las características bioculturales de la comunidad y sus individuos, arrojando importante información sobre patologías, dietas, higiene, características de vida, etc.

Una segunda experiencia de este tipo fue desarrollada durante el trabajo de rescate arqueológico del sitio “La Pampilla”, en las calles Santa Rosa y Porvenir de Santiago Centro, consistente en los vestigios del cementerio del hospital colonial de San Juan de Dios[24], donde no sólo se registró las ocupaciones consecutivas del recinto, refrendadas documentalmente, sino que también se realizó la exhumación de cientos de osamentas humanas correspondientes a los antiguos habitantes de esta ciudad pertenecientes al bajo pueblo. En este registro se encuentra el único y más amplio catastro que se posee de la población colonial tardía de Santiago, aún esperando recursos para su estudio.

Para la zona Sur, en general, los estudios de arqueología histórica se han concentrado en el tema de la multi-culturalidad de los asentamientos de la frontera, atendiendo particularmente los distintos tipos de fortificaciones. En esta problemática se destaca el proyecto de Fortificaciones Tempranas en el valle del Toltén, en el que se realizó un estudio interdisciplinario detectandose una serie de sitios de ocupación hispana[25] y el estudio del fuerte Santa Silvia efectuado por el arqueólogo pionero Américo Gordon[26].

Arqueología histórica en el casco antiguo de la ciudad de Santiago

Aún cuando la Facultad de Filosofía, Humanidades y Educación, de la Universidad de Chile, poseía una importante experiencia en estudios de arqueología histórica, su Departamento de Ciencias Históricas no ha abordado aún los problemas vinculados a ella, como los desafíos de la conservación y estudio de sitios de valor histórico patrimonial, como tampoco no se ha avanzado en la discusión sobre la búsqueda de nuevas fuentes de valor histórico para una comprensión del pasado.

Dado la orientación problemática y metodológica de la arqueología chilena, esencialmente dirigida hacia el objeto del saber del indígena, la arqueología histórica aparece con un caracter marginal. En este contexto, mi equipo de investigación integrado por diversos investigadores y ayudantes, desarrollamos en 1992 la búsqueda de sitios históricos en la cuarta región, reconociendo al noreste de Combarbalá, poblado fundado en 1789 por Ambrosio O´Higgins, el sitio Cerro Cogoti-18 de ocupación hispano-colonial tardía caracterizada fundamentalmente por la morfología de los restos cerámicos. En el año 1993 registramos un amplio espacio de actividad metalúrgica colonial, principalmente escoriales y construcciones básicas del mismo material, en el curso medio del río Aconcagua, distante siete kilómetros del poblado de Catemu, V región[27]. Más tarde, en 1995, con el patrocinio y auspicio de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, efectuamos registros selectivos en espacios habitacionales e industriales en 16 oficinas salitreras y una estación ferroviaria; a saber, Constanza, Ramírez, Mapocho, Santa Rosa de Huara, Santiago, Baquedano, Peña Chica, Santa Laura, Humberstone, Pan de Azucar, Bellavista, Buenaventura, Lagunas, Victoria, Alianza, Eslavonia y la estación Lagunas. Los resultados alcanzados fueron la obtención de importante información sobre utilización del espacio urbano-industrial, cotidianeidad material de las comunidades pampinas, relaciones regionales y extraregionales de intercambio y producción, y procesos de formación de espacios depositacionales de basuras.

Siguiendo en esta línea de estudios, la realización de las obras de ampliación del ferrocarril urbano de Metro S.A. a través del casco histórico de Santiago, permitió como nunca antes y de modo privilegiado, efectuar un registro arqueológico-histórico sistemático con personal especializado de las áreas intervenidas, encontrando gran cantidad de materiales y restos subsistenciales de antiguas obras de urbanización de origen colonial. El panorama se mostraba complejo para la tarea de investigación historiográfica, principalmente porque este aspecto era el más deficitario en esta línea de estudios en el país. Los modelos de investigación procedentes del exterior presentaban particularidades en los tipos de sitio, así como en las características de las fuentes históricas. Efectivamente, existía una gran diferencia entre los desarrollos de la arqueología histórica europea que se remonta desde el siglo XIX con el estudio de contextos helénicos y grecolatinos, de la que Surge en el siglo XX en los Estados Unidos con el estudio de contextos hispanos tempranos[28]. La más próxima a nuestra realidad, en cuanto a procesos de formación de sitios y características históricas fue la arqueología histórica Norteamericana, que en las últimas décadas ha desarrollado una efectiva sistematización del registro arqueológico-histórico, no exento de un amplio desarrollo teórico[29], debido principalmente al ejercicio transdisciplinario que recogió elementos desde la ttnohistoria y la etnografía, con la implicancia de un cuestinamiento relevante al método histórico directo.

La cuestión de trascendencia para nosotros fue la formulación de una perspectiva histórica en la que se incorporara la “cultura material”. El trabajo interdisciplinario mostró nuevos ribetes de las realidades sociales y culturales de los grupos humanos históricos, de modo que se forjaba una historia cultural[30], que aún adolecía de un vínculo cualitativamente superior con las categorías de análisis del método arqueológico, y menos relacionada con la historiografía tradicional. Esta perspectiva no sólo fomentó la comprensión histórica-cultural de los desarrollos urbanos, también contribuyó a la problematización de las expresiones materiales del hombre en tiempos históricos y su comprensión como parte de la historia cultural de las comunidades, misma que acusaba diferencias sociales, culturales, étnicas, etc. y que los registros históricos habían omitido[31]. Son millares los estudios efectuados en Norteamérica en este sentido, contribuyendo al conocimiento de los patrones de asentamiento y significado de los sitios históricos, o sobre la significación contenida en las expresiones materiales y su reproducción cultural[32].

Por nuestra parte, enfrentamos el problema de realizar un estudio desde esta perspectiva con los restos arqueológicos obtenidos en las áreas intervenidas dentro del casco histórico de la ciudad de Santiago, mediante una extensa e intensa labor de registro desarrollado por un amplio equipo profesional (arqueólogos y antropólogos de la Universidad de Chile), dirigido por Claudia Prado. Pero la arqueología histórica no solo se resume en la excavación correctamente registrada, también exigió la inclusión del historiador mediante la observación de trabajo en terreno, revisión de fichas y cuadernos de campo e informes.

En la perspectiva historiográfica, nuestra experiencia consideró la prospección de fuentes éditas y archivos documentales, referentes a procesos de urbanización colonial, además de tópicos sobre administración urbana y vida en la ciudad. Del mismo modo, se incluyó la revisión de la iconografía de los espacios urbanos considerados en este estudio. También se realizó la revisión de la historiografía sobre la ciudad de Santiago, para reconocer las visiones del desarrollo urbano y modernización material, para finalmente contrastarla con el cuerpo de antecedentes arqueológicos.

El ejercicio metodológico realizado se resume en un intento de integrar en una visión histórica el registro material obtenido con metodología arqueológica y los antecedentes de naturaleza histórica, todo para lograr la contextualización histórica de los diversos hallazgos de restos de infraestructura urbana o objetos de uso cotidiano del período colonial y republicano. Todo para, finalmente, construir un panorama ampliado de la vida urbana y sus expresiones materiales, además de sus implicancias culturales. La aplicación de estos criterios nos aproxima a alcanzar la realización de un ejercicio metodológico experimental en la síntesis entre arqueología e historia para la comprensión general de los diversos contextos arqueológicos reconocidos por la extensa labor arqueológica realizada entre los años 1997-1999 en Santiago.

Este esfuerzo de contextualización histórica se efectó en los registros arqueológicos correspondientes a las áreas intervenidas por las obras de ampliación Línea 5 de Metro en donde se hallaron segmentos de los tajamares del río Mapocho ( Pique Santiago Bueras – Parque Forestal – Estacionamientos Arturo Prat), además de las estaciones de Metro y ventilaciones de Plaza de Armas, Estación Bellas Artes, Estación Santa Ana, etc. Aunque los resultados del registro arqueológico no cabe aquí mencionarlos, se desarrolló una somera descripción, además de la contextualización histórica de obras de urbanización colonial tales como tuberías, pilas, canales y cajas de agua. Del mismo modo, este esfuerzo se realizó con el registro efectuado en los sitios Plaza de Armas, Santa Ana y Bellas Artes, todos sitios en el casco antiguo de la ciudad, específicamente la contextualización de enterramientos humanos, basuras coloniales, cimientos de construcciones, canales, empedrados; todos antecedentes de la vida urbana colonial y republicana.

Reflexiones metodológicas sobre el ejercicio de la arqueología histórica en Chile

Cómo justificar en Chile lo que ya no requiere justificaciones en ninguna otra parte del mundo era un problema al enfrentar este trabajo, hasta que terminamos por comprender que preguntas tales como: ¿Es posible un arqueología histórica?, ¿qué es arqueología histórica?, ¿cuál es la real competencia entre historia y arqueología?, ¿es posible una construcción histórica que se componga de documento y materialidad?, ¿es posible una construcción de “lo real” a modo de una historia cultural más que una historia tradicional basada en el documento escrito? y otras tantas, eran cuestiones más bien viejas que en Chile aún no encontraban un espacio de discusión.

De hecho, la cuestión se abordó en la arqueología de transición del siglo XIX y XX, mucho antes de la nueva arqueología. Veré Gordon Childe expresa el problema motivado por una construcción integral del pasado humano, comentando: “la arqueología es una fuente de la historia y no sólo una simple ciencia auxiliar. La información arqueológica constituye documentación histórica por derecho propio y no una mera aclaración de los textos escritos. Al igual que cualquier otro historiador, un arqueólogo estudia y trata de reconstruir el proceso que ha creado el mundo humano en que vivimos, y a nosotros mismos en tanto que somos criaturas de nuestro tiempo y de nuestro medio ambiente social. La información arqueológica está constituida por los cambios del mundo material que resultan de la acción humana...”[33]

En la perspectiva de Childe el ser puramente histórico, el hombre construido mediante los documentos, pasaba a una dimensión más real hacia una construcción de su cultura material que también expresa su cultura intelectual, su acervo ideológico, su sociedad, y todo como un conjunto de construcciones culturales. Del mismo modo, la calidad de “documento histórico” es variada y diversa, siendo incluso su naturaleza disímil. El objeto arqueológico, el instrumento y el monumento también constituyen parte del proceso histórico, formando un todo formal y concreto, una realidad pasajera y efímera en su utilización durante su tiempo, pero que conforma la cultura material y que es parte integral de la historia de los pueblos; ella posee en sí misma un efectivo valor histórico. La materialidad de la historia es la vida de las personas cuajada en las construcciones materiales de la cultura; un juego que consiste en que “el conjunto de información arqueológica constituye lo que puede llamarse el testimonio arqueológico. Este testimonio presenta ciertas peculiaridades y diferencias, cuyas consecuencias forman un contraste más bien superficial entre la historia arqueológica y la de tipo más conocido basada en documentos escritos[34].

Así la reconstrucción arqueológica del pasado y la construcción historiográfica de ese mismo pasado, tienen para Childe una diferencia formal, no obstante comparte un mismo espíritu que se materializa en una historia cultural de los hombres. Desde aquí podemos establecer ya premisas básicas desde donde fundamos nuestra percepción del pasado. Concordamos con nuestro autor en cuanto a que el objeto arqueológico es el resultado de la actividad humana[35] en el pasado. El es resultado concreto de la existencia de los hombres; producto material del trabajo y esfuerzo de sobrevivencia cultural de la sociedad. Su significación se encuentra en el complejo conjunto de la cultura material de la sociedad, donde cada objeto tiene función y significado, el que puede variar de lo puramente técnico hasta lo simbólico.

La multiplicidad de objetos de este universo material puede llegar a ser abismante en las sociedades históricas, aún cuando la “distancia cultural” sea relativamente menor y se nos permita conocer con facilidad sus “categorías artefactuales”[36], y la coherencia y función de dichos objetos en la sociedad que los gestó. Los componentes del registro arqueológico se instituyen como “los resultados más evidentes del comportamiento humano, la información arqueológica más conocida, puede denominarse artefactos –objetos hechos o deshechos deliberadamente por la acción humana-. Los artefactos incluyen utensilios, armas, ornamentos, vasijas, vehículos, casas, templos, canales, diques, pozos de mina, escombreras, incluso árboles cortados por el hacha de un leñador y huesos rotos intencionadamente para extraer el tuétano o destrozados por un arma[37].

Pero esta percepción no es puramente materialista. Ella encierra la comprensión de que es imposible la construcción de una historia cultural sin el trabajo de interpretación histórica. Aún cuando Childe propone una perspectiva en que las generalizaciones son poco convincentes y engañadoras, esta básica percepción integral del hombre histórico y su obra es tomada por la arqueología procesual al abordar cuestiones problemáticas como el significado mismo de la materialidad y la referencia que éste hace del hombre, cuando se expone la cuestión de que “...se hace evidente la solidez de la idea según la cual la cultura material es reflejo indirecto de la sociedad humana. Aquí empezamos a vislumbrar que son las ideas, las creencias y los significados los que se interponen entre la gente y las cosas[38].

Este último planteamiento rompe el vínculo entre el hombre y su cultura material, poniendo en medio al tiempo, como una cuña, y planteando la imposibilidad cognoscitiva de comprender la verdadera significación de las relaciones culturales y simbólicas del acervo cultural del hombre. Si se establece la cuestión de la imposibilidad de abordar una comprensión del hombre histórico por medio del complejo material que ha producido su cultura, o su momento histórico para el caso de la cultura cristiano-occidental, se hacen significativas las construcciones parciales desarrolladas sobre cuantificaciones y métodos estadísticos, que constituyen las estrategias más utilizadas por la Arqueología, aún cuando estas no logran interpretaciones de sentido histórico proporcionadas por el quehacer historiográfico. Estas interpretaciones particulares logran dilucidar conductas específicas vinculadas a los procesos de formación de los sitios arqueológicos, pero no atienden a conductas culturales sobre el significado de la baSura, suciedad y escombros, todos estrategias de uso del espacio y aseo, que la Arqueología Procesual a reducido a “la relación entre desechos (escombreras) y organización social depende de las actitudes respecto de la suciedad[39], más que a cuestiones fundamentales de la reproducción cultural.

Estos cuestionamientos han lesionado el desarrollo de la arqueología histórica en Chile, por una parte por la desconfianza en los registros arqueológicos abordados sin una estrategia de investigación interdisciplinaria, y a la desconfianza de los arqueólogos por las fuentes históricas, su pobreza y tanto más por el trabajo del historiador. Las limitaciones que impone la interpretación de los contextos arqueológicos-históricos llevaron a que se planteara en la Arqueología Postprocesual que “estas actitudes y significados culturales acerca de la cultura material, frustraron, al parecer, las metas generalizadoras de la Nueva Arqueología, puesto que toda la cultura material podía verse como algo constituido de manera significativa[40], anulando las espectativas de la Nueva Arqueología de obtener interpretaciones objetivas y particulares significantes de la cultura material que pudieran extenderse como modelos explicativos.

Así, la arqueología histórica debía tomar la precaución de aferrarse al contexto arqueológico y abandonar las elucubraciones históricas del sentido espiritual o individual de los objetos. Cualquier perspectiva más allá del registro y la interpretación ceñida al documento histórico no cabía en los parámetros que establecía la arqueología postprocesual, principalmente porque el nivel de interpretación arqueológica exigía respuestas a los contextos arqueológicos específicos más que explicaciones de valor general o estructural. Así la Arqueología Procesual supone la deconstrucción de las generalidades y los sistemas hacia la particularización, hacia lo individual, perspectiva en que el cuestionamiento fundamental está en que “los artefactos pueden significar cosas distintas en estos contextos diferentes, pero es posible relacionar, falsamente o de una forma distorsionada, los significados de un ámbito con los significados de otro ámbito. Era necesario que la “lectura” del registro arqueológico tomara en consideración estas transformaciones culturales[41].

Tal como lo plantea Hodder, el significado de los objetos culturales, de diversos contextos arqueológico, y aún en un solo contexto, puede no ser coincidente, y su función dentro del espacio cultural pude ser relativo y cambiante, de valor puramente subjetivo. Esta postura se muestra prácticamente invulnerable, y rompe las aspiraciones de reconstruir historiográficamente “actores” históricos inaprensibles por la historia, y que permanecen absolutamente en penumbras, por lo que probable nunca abandonen el anonimato al que los ha relegado la historia sin la contribución de la interpretación de “sentido histórico” de los vestigios del trabajo de tales “actores”.

La arqueología histórica, entendemos, desea rescatar el valor humano y la significación cultural de los objetos. No son los objetos el fin último como podría entenderse al aproximarse a los criterios de interpretación arqueológica. Pero ¿cuál es el valor del individuo?, ¿es posible desarrollar una experiencia cognoscitiva del hombre del pasado a través de la arqueología histórica?. Frente a estas cuestiones, más que respuestas la perspectiva postprocesual acusa que “la Nueva Arqueología “se olvidó” del individuo, considerándolo como algo ajeno a la teoría social. Como dijo Flannery (1967), la meta no era llegar al indio individual tras el artefacto, sino al sistema existente tras el indio y el artefacto. La arqueología procesual sostiene que existen sistemas tan básicos en la naturaleza, que la cultura y los individuos son impotentes para desviarlos o cambiarlos. Aquí subyace una tendencia hacia el determinismo- la elaboración de una teoría viene determinada por el interés en descubrir relaciones causales deterministas. Existe aquí un estrecho vínculo entre creencia cultural e individuo en cuanto conceptos a descartar o eliminar. Ambos son considerados inabordables desde la simple evidencia arqueológica, y ambos son impredecibles e impiden toda generalización[42].

Ni un extremo ni otro, para Hodder el problema del tiempo y la pérdida de la comprensión de la cultura que generó aquellos objetos, nos deja en una minusvalía perpetua para alcanzar una comprensión histórico-cultural del pasado. El problema del individuo y la sociedad, enunciado por este arqueólogo expone que cada objeto ha sido producido por un individuo y no por un sistema social, de modo que las generalizaciones sufren de una invalidez irrecuperable. Por otra parte, reconoce una realidad intrínseca de la cultura material de las sociedades modernas: la compleja trama de relaciones tecnológicas, culturales y simbólicas de un conjunto de expresiones materiales que siempre se muestran cambiantes y multivalentes a través del tiempo, en su creación y uso individual.

No obstante, a las limitaciones de la interpretación arqueológica, es insoslayable la realidad de que la cultura material incide poderosamente en la sociedad, en el comportamiento de los individuos y en las conductas sociales. De este modo “la cultura material actúa sobre la comunidad humana de una forma social; la acción sólo puede tener lugar en un marco social de creencias, conceptos y disposiciones[43], los complejos materiales son resultados de conceptuaciones, jerarquizaciones y procesos tecnológicos, que a grandes rasgos son verificables arqueológica e históricamente.

Por otra parte, la arqueología procesual también impone problemas a la interpretación arqueológica-histórica. Su término “normativo”, que hace referencias a asociaciones y relaciones culturales “...suele utilizarse con frecuencia para referirse al enfoque histórico-cultural. En este contexto puede llegar a tener a veces connotaciones peyorativas; hace referencia a la historia descriptiva de la cultura[44] o hace referencias a normativas culturales generales que amagan la reformulación individual de estos cánones culturales.

Desde nuestro punto de vista, la interpretación arqueológico-histórica presenta ventajas en el proceso de investigación. Una de ellas es que, respecto de la perspectiva postprocesual, el arqueólogo y el historiador participan de los elementos estructurales de la cultura cristiano-occidental, de modo que historiográficamente es posible acceder a algunos aspecto de la vida cultural de las comunidades que le anteceden, en el caso de Chile, de origen hispano-colonial. Otra, es la perspectiva del investigador local, que ha aprendido diversas percepciones del espacio en el que vive, tanto en su interpretación social como en el sentido geográfico. Estos contenidos, de un modo u otro socializados, pueden ser trascendentes al momento de reconocer elementos significantes en los emplazamientos del sitio arqueológico, funcionalidades y racionalización del espacio. En este caso, quienes abordan la investigación son santiaguinos de nacimiento, y el sitio arqueológico no es un espacio inocuo. Más bien posee un valor histórico sensible para el investigador y la comunidad en que este participa, además de valor patrimonial y un valor puramente experiencial, que puede ser emotivo o significante en sentido histórico identitario. De hecho, nuestra experiencia investigativa no debiera ser resultado de una asepsia metodológica, ella debiera responder a la lente perceptual que tenemos sobre los problemas que abordamos, y nuestra propia perspectiva como participantes del proceso histórico que compartimos con nuestros antecesores.

Así la interpretación histórico-cultural puede ser abordada sin tantas restricciones metodológicas, desde una actitud más sensible e inherente a la realidad histórica del investigador; una perspectiva humana y localista puede salvar distancias históricas irremontables. No obstante, los contextos arqueológicos pueden sufrir transformaciones en su significado histórico, llegando al punto que este puede ser cambiante desde la perspectiva historiográfica desde la que se aborde (mentalidad, social, indígena, etc).

La perspectiva postprocesual de la arqueología nos da la razón, en cuanto a la actitud de investigador y su propio contexto histórico. Este constituye su principal herramienta de análisis, ya que “es más fácil y más frecuente conseguir una percepción adecuada de los significados culturales por medio del análisis del contexto histórico inmediato[45], aquí como experiencia compartida y no como conocimiento etnográfico.

Una arqueología aistórica efectiva parece aquella que contribuye a la construcción de una historia cultural más inmediata a las comunidades humanas contemporáneas, con el fin último de afianzar sus rasgos de unidad cultural y generar identidades locales, expresiones muchas veces malogradas y avasalladas por el proceso actual de “globalización”.

Otra cuestión importante en la arqueología histórica es la definición de los contextos históricos y su vínculo con los momentos, el significado y el valor subjetivo que cada objeto posee frente a su fabricante, o a quien le da uso. Al respecto Hodder comenta que “la división entre lo ideal y lo material se ve mejor en una dialéctica histórica en la que los recursos materiales y las relaciones estén significativamente integradas, de manera que ni lo ideal ni lo material resulten privilegiados[46]. Este equilibrio de significantes rosa los tópicos que hemos revisado: la interpretación rigurosa desde el método de registro arqueológico y su contrastación con las fuentes históricas, y el significado cultural y puramente subjetivo y meramente humano que puede recoger el investigador que se vincula históricamente con estas comunidades.

Tal cuestión es tan trascendente como cual visión prima en este esfuerzo: la historia o la arqueología. Hodder expone: “en la medida en que la explicación histórica puede definirse en relación a contextos y acontecimientos anteriores...//...la arqueología es parte de la historia. Y, sin embargo, la arqueología tiene que ver con la cultura material, no con documentos. El hecho de escribir con tinta en un papel, en sí mismo, un tipo de cultura material y la deducción del significado sobre la base de tal evidencia no es distinta de la que se infiere a partir de los objetos materiales en general. En este sentido, la historia es parte de la arqueología. Aunque los documentos históricos contengan bastante más información contextual si reconocemos la lengua en que están escritos, el proceso de inferencia sigue siendo el mismo: dar significado al mundo material del pasado[47]. La interacción entre arqueología e historia nos lleva a reconocer los procesos y elementos actuantes en el mundo material: complejización social como consecuencia demográfica y cambio cultural como la presencia del Estado colonial y el progresivo desarrollo de su hegemonía social.

Una perspectiva que comparte el activismo del arqueólogo y del historiador, y su vínculo con el pasado lo encontramos en P. G. Collingwood cuando nos comenta: “el proceso histórico es en sí un proceso de pensamiento y existe sólo en tanto que las mentes que forman parte de él se saben partes de él. Mediante el pensar histórico, la mente cuyo auto-conocimiento es historia no sólo descubre dentro de sí esas capacidades cuya posesión le revela el pensamiento histórico, sino que hace pasar esas capacidades de un estado latente a otro actual, les da existencia efectiva[48], esto es la textualización de un relato de conocimiento histórico como atributo de la razón. Aparece entonces la construcción de la historia como una construcción mental tendiente al autoconocimiento del hombre.

Queda evidenciado que no propugnamos el materialismo a destajo, a modo de una categoría descriptiva por sí sola. Más bien, funciona para nosotros como una categoría dentro de la construcción de una historia de perspectiva holística, histórico-cultural, estructural como microscópica, objetiva y subjetiva, inherente a los procesos productivos tecnificados como también de organización compleja del trabajo.

Los límites del análisis de la arqueología histórica han abarcado desde el periodo histórico-cultural denominado protohistoria[49], para Chile, hasta relativamente pocos años antes del presente. Estos hitos conforman un escenario en que los múltiples y sucesivos procesos de modernización de la cultura occidental constituyen un continuo no muy difícil de contextualizar históricamente. No obstante estas regularidades culturales, estéticas o intelectuales expresadas en la materialidad, se tornan complicadas cuando ellas muestran diversos acervos étnicos y culturales originarios, los que encierran nuevos y complejos problemas para esta metodología.

Arqueología histórica como camino de construcción de una historia cultural en Chile

Esta discusión se plantea en el contexto del desarrollo de la arqueología histórica en nuestro país, especialmente dados los avances que hoy se realizan, y por los requerimientos que impone la conservación de los recursos culturales de naturaleza histórica. Estos planteamientos también, son a propósito de los esfuerzos que se despliegan por el estudio y la conservación de los restos obtenidos en las excavaciones realizadas en el marco de este proyecto. La realización de estudios desde la perspectiva de la arqueología histórica impone a la comunidad científica nacional el desarrollo de una problematización metodológica, aún ausente en lo referente a cómo construir una historia del pasado material, o contribuir a la conservación de la identidad y la memoria urbana. Todavía no se vislumbra el potencial de esta práctica metodológica para la construcción de un pasado histórico más fidedigno a sus expresiones culturales materiales.

El inminente auge de la arqueología histórica producto de la necesidad de investigar los hallazgos cada vez más frecuentes, junto a la toma de conciencia respecto del estudio y conservación de este recurso cultural limitado y altamente expuesto a procesos destructivos (remoción de tierra, construcciones, contaminación, vandalismo, etc.), impone a las llamadas ciencias históricas un desarrollo metodológico que consiste en la reconsideración de información de naturaleza histórica en contrastación con la realidad material de las comunidades humanas de tiempos históricos, recuperada arqueológicamente.

Como lo adelantamos en la introducción, el desarrollo de la interfase entre Arqueología e Historia pretende ser aquella visión integral que es obtenida desde metodologías y fuentes disímiles, mediante la contrastación, la conciliación y/o la exclusión de antecedentes arqueológicos y documentales, generando una visión histórica donde tenga expresión y significación la dimensión cultural-material de las comunidades humanas.

Una cuestión de trascendencia en este problema es ¿qué ventanas abre la arqueología histórica? No es, ciertamente, la de los escaparates de los anticuarios, sino la de la “realidad material” en que observamos todo lo inaprensible por los registros de la historia; lo que no quedó plasmado en lo que pasó a constituir nuestras fuentes históricas, todo aquello que era demasiado ordinario y obvio, pero que irremediablemente no pasó por el cedazo del tiempo y los cambios culturales.

En términos más generales, la situación expuesta exige la incorporación más activa del quehacer historiográfico a este ámbito, ya sea por una cuestión metodológica; ya sea precipitada por políticas de administración y estudio de recursos culturales procedentes desde el Estado; ya sea por una opción moral del investigador.

El historiador puede tener otra posición en su búsqueda. La arqueología histórica nos muestra un camino para observar situaciones de vida de comunidades humanas obviadas entre las gruesas líneas de la historia, como los indígenas y mestizos, los marginados en la pobreza, o como las comunidades obreras de la pampa salitrera, esta vez, no detrás de ellos mediante los documentos escritos, sino frente a ellos, cara a cara, en sus cementerios, con sus propios despojos y los restos de sus hogares, y en sus posesiones materiales. Aquella “cotidianeidad en lo material”, y en los restos bioantropológicos que contienen lo que la labor historiográfica podría reconocer como realidades de tipo etno-socioculturales.

Acaso, en este escenario, la disciplina histórica debe reposicionarse para alcanzar de mejor manera la comprensión de la contidianeidad de los hombres, no en los textos, sino mediante objetos cargados de significado histórico, los que parecen tener una “mayor relación posible con la realidad[50]. Este universo de expresiones culturales materiales gestadas en el escenario histórico[51] constituye el conjunto de piezas de la dramaturgia de lo real[52]; ámbito en que el hombre deja de tener solo “existencia al abrigo precario de las palabras[53], y puede ser comprendido y aprehendido por el historiador en sus expresiones y también en su espacio, el allí, donde estuvo y donde dejó plasmada su materialidad. Nos referimos a todo ese acervo que no es burdo ni mudo, sino lleno de humanidad, de temores, esperanzas, de sueños, de amores, en fin, de sensibilidades y necesidades, rompiendo con la imagen de lo bárbaro y descarnado que ha construido el ascetismo semicientífico de la historiografía nacional.

La cotidianeidad material pertenece al espacio de la historia, y debiera ser integrada eficientemente a la construcción y discurso historiográfico. No debe ser desdeñada desde los discursos y los hechos documentados porque es esta expresión de realidad lo que rodea y encierra, y muchas veces dirige y predestina, la vida de mujeres y hombres.

Quizás, el acceso a una gradual construcción de la lente perceptual de la realidad material histórica podría alejar a la Arqueología Histórica de los tópicos tradicionales en que ha estado encerrada, y en buena medida ha determinado sus objetos de estudio por la modernidad, el eurocentrismo, el colonialismo, y el capitalismo, para finalmente reubicarse en el conocimiento de las comunidades y, particularmente, de los hombres. Así se encaminará hacia la tarea que para Bénjamin, tiene la construcción histórica, cual es “adueñarse de la tradición de los oprimidos”, marginados o coartados en el mundo de las relaciones sociales, culturales y materiales, todo lo que para nosotros puede expresar –en su sentido más vulgar- una aproximación a las expresiones de quienes no dejaron huella aparente de su existencia. Nos referimos al universo de subjetividades anónimas sobre las que se fundan las expresiones materiales de toda sociedad, la valoración del trabajo y la posesión de bienes, conjunto que trasluce antecedentes de la sociedad que les dio origen.

Por su parte, la arqueología prehispánica ha construido un pasado disociado en fases culturales, aparentemente no integradas en un enfoque histórico-cultural amplio y dinámico, integrativo de los diversos elementos culturales que puede presentar la sociedad indígena. Más bien ha parcelado los desarrollos culturales desde la perspectiva evolucionista morganiana en estadios culturales y unidades arqueológicas que tienden a su disociación en la medida que los estudios regionales pormenorizados muestran más diversidad cultural. La resolución al problema del reconocimiento de la policulturalidad y elementos emblemáticos de valor étnico puede ser sobrellevado analizando las diversas categorías artefactuales y separando los itemes correspondientes en continuidades del acervo cultural material de origen prehispánico. Así la policulturalidad debe ser comprendida como una condición inherente a la realidad indígena prehispana y los espacios de colonización occidental, panorama al que no estamos acostumbrados dada la estrategia historiográfica de fines del siglo XIX de diluir a los antiguos habitantes de Chile entre el salvajismo y la sobrevivencia preagrícola.

En todo caso, el esfuerzo investigativo que efectúa la arqueología histórica, debe ser desde su gestación, en su desarrollo y conclusión, un esfuerzo transdisciplinario, abierto al historiador, al arqueólogo, al antropólogo físico, al etnohistoriador, etc., aún cuando el escenario de acción del historiador sea el trabajo documental e interpretativo, y el registro arqueológico sea responsabilidad absoluta del arqueólogo profesional. Cabe al historiador el trabajo de gestor de contenidos de tipo cultural, elementos potenciales que las comunidades toman como referentes y sirven para el autoconocimiento social y la reeducación de la sociedad civil. Esto podría ser denominado como aportes a la construcción de identidades.

La arqueología histórica funciona en un espacio aún restringido, básicamente normado por las posibilidades de financiamiento y directrices de las políticas de administración de recursos culturales de tipo patrimonial; no obstante puede contribuir también , y de modo determinante, en la generación de identidades en espacios sociales donde exista pobreza cultural e identitaria, la que corresponde generalmente al ámbito urbano donde la modernidad de las últimas décadas del siglo XX sembró una sistemática homogeinización, desmovilizando las redes sociales que enriquecían a la comunidades, las que constituyen los órganos de la sociedad civil. Este aporte puede ser encausado a través del fomento del cuidado, conservación y valoración del patrimonio cultural de las comunidades en sus más variadas expresiones.

La esfera de los elementos de la cultura material (elementos artefactuales y restos monumentales, o restos bioantropológicos) pasan a constituir nuevas fuentes de valor histórico cuando en ellos se vislumbran diversos alcances económicos, culturales, étnicos, sociológicos, etc. Todo, un conjunto de antecedentes que debe ser sistemáticamente contrastado con los “supuestos históricos” dispuestos en todo lo largo de las páginas de la historiografía tradicional. Así tiene sentido la aplicación del criterio del reconocimiento de los “contextos históricos culturales” por parte de la arqueología histórica como la comprensión de los caracteres y fenómenos culturales de las sociedades históricas.

La arqueología histórica rescata una visión dialéctica en que se reconocen los diversos participantes culturales en los contextos históricos; relaciones dialécticas entre culturas y sociedades que van a conformarse en un gran panorama diverso mediante múltiples y multivalentes procesos de aculturación y transculturación. Esta síntesis es observada por el arqueólogo Hodder en los estudios de Max Weber, en cuanto a que en su obra ”parece más bien que lo material y lo ideal están integrados, de forma que para explicar cada acción o cada producto social es necesario considerar tanto el contexto histórico de los significados subjetivos como la práctica de la vida común[54].

Los trances que han enriquecido a la disciplina histórica y la etnología, también han contribuido al desarrollo de la arqueología histórica. El paradigma braudelino del tiempo y el espacio geográfico, así como los aportes de los Annales d´ histoire économique et sociales, desde 1929, han llevado hacia una perspectiva de segregación en partes del objeto de estudio, para finalmente observarlo como un todo orgánico. Este es el principal atributo de Braudel, en cuanto a que “formalizó el estudio de las distintas escalas de la historia, que consistían en a) mentalité-rasgos recurrentes, permanentes, o de movimiento lento, b) la historia social o estructural de los grupos y c) acontecimiento y coyuntura- la historia de los hombres y mujeres individuales”.[55] La perspectiva braudelinana rescata el valor de la cultura material, al igual que la visión de Gordon Childe, ideas que promovía una relación dialéctica entre Historia y Arqueología.

Braudel no escapa del materialismo, en él bosqueja una “lente perceptual” de la que definitivamente nunca se alejará el investigador de la Historia. Así fue asumido en los Anales aunque, la mayoría de las veces, los investigadores no se mostraran explícitamente marxistas. Así concordamos en que “el marxismo ha transformado hasta tal punto la corriente principal de la historia, que con frecuencia es hoy imposible distinguir si determinada obra la ha escrito un marxista o un no marxista, a menos que el autor o la autora declare su postura ideológica[56], situación que fundamentalmente promovió un enfoque interdisciplinario de la historia[57].

La perspectiva braudeliana no tan sólo se expresa en la aproximación al espacio geográfico, ella se muestra en el vínculo o relación investigativa y efectiva, particularmente evidenciada por nuestro historiador con el escenario de su estudio[58]. Su herencia más sobresaliente es el aprendizaje del “discurso cultura europeo[59], que encierra multiétnicidad, policulturalidad, y bosqueja un mundo dinámico y plural. En él historia y geografía se muestran en una relación significante para la construcción de una historia global; su visión crítica de la historia y su voluntad de enfrentar problemas de nuevo orden, ayudado por las herramientas conceptuales del materialismo histórico, se funden en una dialéctica de tiempo, espacio y cultura que la arqueología histórica ha modelado ha su realidad.

A modo de conclusión

En torno a nuestra discusión han surgido diversos alcances respecto a los énfasis metodológicos de las disciplinas aludidas, particularmente de la práctica de la arqueología histórica en Chile (lo que se comprendería como arqueología urbana en diversos paises). La tendencia, sin lograr un exito pleno, es la construcción y práctica de una episteme puramente arqueológica, sin aportes de la teoría de la historia, sin referencia a problemas locales ni a investigadores regionales. Es la teoría del salvataje, sin alcance social, conservación oportuna ni puesta en valor patrimonial, cualquiera sea su proyección (social, cultural, arquitectónico, histórico, etc.). Así mismo, los resultados de la investigación de la arqueología histórica en Chile no han pasado de ser concierto entre datos y fechas históricas, creando un discurso verocímil del pasado histórico, y no una aproximación cultural a la vida de las comunidades humanas del pasado creando un vínculo efectivo con el presente. Aún cuando la arqueología histórica no tenga un sello propio, sí se le adscribe a un camino materialista y procesual, de inspiración Brodeliana, aún cuando sus progresos, en palabras de sus investigadores, apunten a una ruptura de la historiografía tradicional. En sí mismo esto no se ha logrado, ya que ni la historiografía chilena ha tomado cartas en el asuntos ni los progresos en la arqueología han incidido en la forma de escribir y comprender la historia en nuestro país. Más aún, aún no se percibe una contribución consistente en la valoración del patrimonio urbano, ni en el aporte a la construcción de una identidad urbana local. Nuestra arqueología histórica está en pañales, con escasos logros metodológicos, y aún sus reflexiones son pobres, en las que incluyo esta, aún sesgadas por tópicos que, claramente, han sido superados en el exterior. Su principal falencia recide, sin dudas, en la ausencia de reflexiones sobre la episteme que requiere para hacer una comunión entre historiografía y trabajo aqueológico cuyo resultado, debiera ser la construcción de un relato histórico coherente, verosimil y satisfactorio para los chilenos, falentes de pasado e identidad. En esta mirada subyace una crítica ácida al quehacer de la arqueología histórica en nuestro país, pero no se quiere decir que nuestros esfuerzos escapan de esta evaluación. En nuestro propio quehacer y en la construcción del pasado que intentamos hacer caemos sistemáticamente en los problemas que aquí se han bosquejado.



[1] Fragmento de informe de investigación Proyecto de Impacto Ambiental-cultural extensión Línea 5 del Metro S.A. Arqueóloga responsable Claudia Prado Berlien.

[2] Licenciado en Historia, Universidad de Chile. participante del proyecto de Impacto ambiental-cultural de proyecto de extensión del ferrocarril urbano en el casco antiguo de la ciudad de Santiago - Chile (1997-1999).

[3] “En Pleno Centro un Cementerio Incaico-Español” por Beco Baytelman . En Viaje 146. Diciembre 1970. Págs. 386-387. Empresa de Ferrocarriles del Estado. Santiago, Chile.

[4] “La Arqueología Histórica en el Norte Grande Chileno”. Homenaje al Dr. Gustavo Le Paige, S.J. Universidad del Norte. Págs. 219-226. 1976.

[5] Op. cit. Pág. 223.

[6] Bente Bittman “Simposio de Etnohistoria y Arqueología Colonial”. Congreso Nacional de Arqueología Chilena (VII), Altos de Vilches Ediciones Kultrún, Vol II. Santiago. 1977.Págs. 323-324.

[7] Omar Ortiz Troncoso “Excavación arqueológica de la Iglesia del poblado hispánico Rey Don Felipe (Patagonia Austral Chilena). Anales del Instituto de la Patagonia, Vol I, N°1: 5-13. Punta Arenas. 1970. y “ Arqueología de los Poblados Hispánicos de la Patagonia Austral. Segunda Etapa de Excavaciones en Rey don Felipe y Nuevos Antece-dentes sobre Nombre de Jesús”. Anales del Instituto de la Patagonia Vol II, N°1-2 :3-19. Punta Arenas. 1971.

[8] Mauricio Massone “Presencia hispánica del siglo XVI en los yacimientos arqueológicos de Punta Dungeness”. Anales del Instituto de la Patagonia Vol 9: 77-90. Punta Arenas, 1978. y “Antecedentes Arqueológicos en Torno a la Ocupación Española del Siglo XVI en Punta Dungeness”. Anales del Instituto de la Patagonia Vol 14:49-54. Punta Arenas, 1983.

[9] Mauricio Massone “Un tipo cerámico diagnóstico del período colonial temprano de Chile y su presencia en Patagonia Meridional”. Anales del Instituto de la Patagonia Vol. 11: 63-74. Punta Arenas, 1980.

[10] Adan Hajduk “Cuentas Vitreas de Sección Estrellada, Provenientes de Rey Don Felipe, Antigua fundación hispana de Fines del Siglo XVI (Patagonia Austral Chilena). Anales del Instituto de la Patagonia Vol 17:41-46. Punta Arenas 1987.

[11] Mateo Martinic “Elementos arqueológicos diagnósticos para el reconocimiento de Asentamientos Humanos Pioneros en Patagonia y Tierra del Fuego.” Anales del Instituto de la Patagonia Vol 13:95-99. Punta Arenas, 1982.

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[13] Ana Maria Barón “Cementerio de Contacto Indigena - Español?”. Actas del VIII Congreso Nacional de Arqueología Chilena (Valdivia). Editorial Kultrún. Santiago, Chile. 1979.

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[15] Julio Sanhueza “Informe Sobre Restos Humanos en el Interior de los Talleres Municipales de Iquique. Manuscrito presentado al H. Consejo de Monumentos Nacionales. Iquique. Chile (ms). Y “Evidencias Culturales y Etnobiológicas de Cementerios Históricos en Iquique, I Región de Chile: Una Introducción.” Actas del XI Congreso Nacional de Arqueología Chilena, pp. 89-100. MTS.S.N.H.N. Sociedad Chilena de Arqueología. Santiago de Chile, 1991.

[16] Gerda Alcaide, Arqueología Histórica en una Oficina Salitrera Abandonada. II Región Antofagasta-Chile. Estudio Experimental. Memoria para optar al título de Arqueológo. Universidad del Norte, sede Antofagasta 1981. y “Arqueología Histórica en una Oficina Salitrera Abandonada. II Región Antofagasta-Chile. Estudio Experimental”. Chungará 10:57-75, 1983. Universidad de Tarapacá. Arica.

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[18] Patricio Morel y Andrés Pinto “ Obras de la época colonial descubiertas en las excavaciones del Metro”. Revista AUCA N°27:45-48, 1975.Santiago, Chile.

[19] Alberto Medina y Andrés Pinto “La Iglesia de San Diego La Nueva, Arqueología Histórica en la Casa Central de la Universidad de Chile”. Revista Chilena de Antropología, N°3. 1980. U. de Chile. Santiago.

[20] Claudio Massone, Cerro Blanco: Antropología de un Asentamiento Humano. Tesis para optar al grado de Licenciado en Antropología con mención en Arqueología. Universidad de Chile, Santiago. 1978.

[21] Rubén Stehberg y Angel Cabeza “Comienzos de la Arqueología Histórica Antártica en el Sitio Cuatro Pircas”. Revista Chilena de Antropología N°6, 1987, 83-111. Facultad de Filosofía, Humanidades y Educación. Universidad de Chile, Santiago, Chile.

[22] Carolina Botto Blanco, Palacio de la Real Aduana: Un Metro de Cinco Siglos. Tesis para optar al grado de Licenciado en Antropología con mención en Arqueología. Facultad de Ciencias Humanas, Universidad de Chile. 1989.

[23] Gabriel Guajardo y Silvia Quevedo K. Cementerio Histórico de la Rinconada de Maipu: Hipótesis sobre su Origen y Ritualismo Mortuorio en el Siglo XIX., “Estudio de la Adaptación Biocultural de los Grupos Humanos que Poblaron Chile Central: un Enfoque Interdisciplinario”. Proyecto Fondecyt 91-0139. Museo Nacional de Historia Natural.1991. (ms).

[24] Claudia Prado, Mario Henriquez, Julio Sanhueza, Verónica Reyes “Ocupaciones Arqueológicas en “La Pampilla”: Antecedentes Documentales (Santiago, Región Metropolitana)”. Actas del XIV Congreso Nacional de Arqueología. Copiapó 1998. (en prensa).

[25] L.Harcha, J. Saavedra; P. Sanzana; A. Vidal “Fortificaciones Tempranas en el Valle del Toltén”. Encuentro de Etnohistoriadores. Serie Nuevo Mundo: Cinco Siglos N°1. O. Silva, E.Tellez, E. Medina editores. Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile. Santiago. 1988. Págs. 93-101.

[26] Américo Gordón, “ La Residencia de un Encomendero Español en el Siglo XVI. La Casa Fuerte Santa Sylvia, Excavación de Sondeo”. Actas del XI Congreso Nacional de Arqueología Chilena, . M.N.H.N. Sociedad Chilena de Arqueología. Santiago de Chile. Pág. 197-199. 1991.

[27] Alfredo Gómez. Síntesis del Trabajo Etnohistórico y Arqueológico Respecto al problema de la Presencia Inka en Chile Central (1973 -1996): Algunos Antecedentes y Breve Discusión. Publicaciones Especiales N° 1. Area de Historia y Arqueología, CEINDES. Talleres Ceindes. Santiago, Chile. Marzo 1999.

[28] Kathleen Deagan & Michael Scardaville “Archaeology and History on Historic Hispanic Sites: Impediment and Solutions”. Historical Archaeology. Journal of the Society for Historical Archaeology. Volume 19, Number 1. Pag. 32-37, 1985.

[29] Lewis R. Binford “Historical Archaeology-Is It Historical or Archaeological?”. Historical Archaeology and the Importance of Material Things. Papers of the Tematic Symposium, Eighth Annual Meeting , Charleston, South Carolina, January 7 – 11. Leland Ferguson Editor. Special Publication Series, Number 2. 1977. Society for Historical Archaeology.

[30] James Deetz “Material Culture and Archaeology-What´s the Difference?”. Historical Archaeology and the Importance of Material Things. Papers of the Tematic Symposium, Eighth Annual Meeting , Charleston, South Carolina, January 7 – 11. Leland Ferguson Editor. Special Publication Series, Number 2, 1977. Society for Historical Archaeology.

[31] Dickens, Roy S. Dickens Editor. Archaeology of Urban America. The Search for Pattern and Process. Studies in Historical Archaeology. AcademicPress, INC. New York, U.S.A. 1982. – Leland Ferguson “Historical Archaeology and the Importance of Material Things”. Historical Archaeology and the Importance of Material Things. Papers of the Tematic Symposium, Eighth Annual Meeting , Charleston, South Carolina, January 7–11. Leland Ferguson Editor. Special Publication Series, Number 2. 1977. Society for Historical Archaeology.

[32] Lees, William B. Lees & Vergil E. Noble “Methodological Aproaches to Assessing the Archaeological Significance of Historic Sites”. Historical Archaeology. Journal of the Society for Historical Archaeology. Volume 24, Number 2. Pag. 9.1990.- Mark P. Leone “The productive Nature of Material Culture and Archaeology”. Historical Archaeology. Journal of the Society for Historical Archaeology. Volume 26, Number 3. Pag. 132-133.1992.- Barbara J. Little “Explicit and Implicit Meanings in Material Culture and print Culture”.Historical Archaeology. Journal of the Society for Historical Archaeology. Volume 26, Number 3. Pag. 85-95. 1992.

[33] VereGordon Childe Introducción a la Arqueología. Prólogo de Juan Maluquer de Motes. Editorial Ariel. Barcelona, España. 1977. Pág. 9.

[34] Ibíd. Pág. 9.

[35] Aquí agregamos humana como eminentemente cultural, inserto en espacios donde los objetos tienen valor social y encuentran su significación en el mundo de las ideas y los conceptos que genera cada sociedad respecto de su creación material.

[36] Concepto utilizado por la arqueóloga Gerda Alcaide para establecer la proximidad cultural entre los objetos arqueológicos del siglo XIX y el XX, o dentro del siglo XX, en Arqueología Histórica en una Oficina Salitrera Abandonada. II Región Antofagasta-Chile. Estudio Experimental. Memoria para optar al título de Arqueológo. Universidad del Norte, sede Antofagasta.1981.

[37] Vere Gordon Childe Introducción a la Arqueología. Prólogo de Juan Maluquer de Motes. Editorial Ariel. Barcelona, España, 1977. Pág. 11-12.

[38] Ian Hodder. Interpretación en Arqueología. Corrientes Actuales. Editorial Crítica. Traducción al castellano por María José Aubet y J.A. Barceló. Barcelona, España. 1994. Pág. 17.

[39] Ibíd. Pág. 17.

[40] Ibíd. Pág. 17.

[41] Ibíd. Pág. 19.

[42] Ibíd. Pág. 21.

[43] Ibíd. Pág. 22.

[44] Ibíd. Pág. 23.

[45] Ibíd. Pág. 25.

[46] Ibíd Pág. 26.

[47] Ibíd. Pág. 26.

[48] P.G. Collingwood. Idea de la Historia. Traducción por Edmundo O´Gordon y Jorge Hernández Campos. Fondo de Cultura Económica. México.1986. Pág.221.

[49] Concepto utilizado por Jorge Hidalgo para el estudio de las sociedades indígenas en el periodo de contacto con la hueste hispana, en una transición entre la Historia y la Prehistoria, en su obra Culturas Protohistóricas del Norte de Chile. El Testimonio de los Cronistas. Departamento de Historia. Facultad de Filosofía y Educación, Universidad de Chile. Editorial Universitaria. Santiago, Chile. 1972.

[50] Michel Foucault. La Vida de los Hombres Infames: Ensayos sobre Desviación y Dominación. Ediciones de la Piqueta. Madrid, España. Pág. 179. 1990.

[51] Aquí separamos estas expresiones materiales de aquellas que constituyen fuentes para la comprensión del pasado prehispánico.

[52] Michel Foucault op. cit. Pág. 179.

[53] Ibíd. Pág. 183.

[54] Ian Hodder. Interpretación en Arqueología. Corrientes Actuales. Editorial Crítica. Traducción al castellano por María José Aubet y J.A. Barceló. Barcelona, España. 1994. Pág. 99.

[55] Ibíd. Pág. 102.

[56] E. Hobsbawm. Sobre la Historia. Edit. Crítica, Grijalbo-Mondadori. España.1998. Pág. 175.

[57] P. Burke. La Revolución Historiografica Francesa. La Escuela de los Annales:1929-1989. Colección Hombre y Socedad. Editorial Gedisa. Primera Ed. 1993. España. Pág. 28.

[58] F. Braudel. Prologo de la Primera edición Francesa a El Mediterráneo y el Mundo Mediterráneo en la Epoca de Felipe II. Tomo I. Fondo de Cultura Económica. España. Reimprsión, 1980.

[59] Carlos Aguirre Rojas “(Re)construyendo la Biografía Intelectual de Fernand Braudel”. Mapocho. Revista de Humanidades y Ciencias Sociales. N° 39. 1996. DIBAM. Pág 149-179.